A LA MEMORIA DE MI AMIGO ANTONIO TORRES

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Antonio Torres, mi amigo,

morisco de cuerpo entero,

tembliqueando en sus labios

la cal y flor de su pueblo,

bendecía a sus paisanos

ricos como pordioseros:

para él, todos hermanos,

para él, todos son buenos.

Su sinfonía: las campanas

de las torres de mi pueblo,

siempre un “adiós” a la gente,

Santiguarse en el convento,

que aprendió dolor de cruz,

alegría en el nacimiento,

y, por encima de todo,

cree en su Dios del Padrenuestro,

aquél que andaba descalzo

por veredas y barbechos,

aquél del pan y los peces,

el que le dio vista al ciego,

el que al muerto le dio vida

y fue prendido en el huerto.

Antonio Torres, mi amigo,

morisco firme y sincero,

el que conoció La Puebla

desde la pluma al tintero,

el que habló de Antonio Fuentes,

¡torero, siempre torero!

Antonio, mi buen amigo,

que Dios te acoja en su reino,

porque siempre tuvo mano

para el que llamaba el suelo.

El buen Antonio, ¡ay! Antonio,

Dios te bendiga en el Cielo.

 

 

Salvador Cabello


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